Los nuevos ricos chinos
Según la Academia China de Ciencias Sociales, ya existen unos 10 mil empresarios chinos que han superado la barrera de lO millones de dólares cada uno. Si uno toma en consideración la corrupción y la economía informal, probablemente la cifra sea varias veces mayor. Y los nuevos ricos chinos, como sus antecesores en los Estados Unidos y Gran Bretaña a finales del siglo XIX, presumen de su fabulosa riqueza a los cuatro vientos. Uno de los nuevos millonarios, Zhang Yuchen, no sólo construyó una réplica del Cháteau Maisons-Lafitte de París, erigido en 1650 por el arquitecto francés François Mansart sobre el río Sena, sino que lo "mejoró" —según dijo— agregándole un jardín de esculturas copiado del palacio de Pontainebleau. "Me costó 50 millones de dólares, porque quisimos hacerlo mejor que el original", se ufanó Zhang. Otro supermilionario pagó 12 mil dólares por una mesa para la cena de fin de año en el restaurante South Sea Fishing Village, de la provincia sureña de Guangdong. El resto de las mesas de año nuevo del restaurante valían 6 mil dólares. Cuando la noticia salió en la prensa, durante mi estadía en China, otro restaurante quiso sumar-se a la ola publicitaria y anunció que ofrecía su mesa principal para la noche de año nuevo por 37 mil dólares. Entre otros manjares, el restaurante de Chongking, en el sudoeste del país, ofrecía una sopa de gallina cocinada con un ginseng de cien años de antigüedad. Tan sólo la sopa costaba 30 mil dólares, se ufanó el restaurante.
En el Changan Boulevard, el tráfico es tan denso como en las otras ciudades más pobladas del mundo, si no peor. De los 13 millones de habitantes de la capital china, unos 1,3 millones ya tienen automóviles. Y muchos de los coches que circulan por la Changan son Audi. —el favorito de los empresarios y altos funcionarios, que cuesta unos 60 mil dólares—, Volkswagen Passat y Honda. Según el China Daily, el periódico destinado a la comunidad de extranjeros en China, las ven-tas de automóviles de lujo se han disparado en los últimos cinco años: Mercedes Benz ya vende unos 12 mil por año, BMW alrededor de 16 mil, y Audi unos 70 mil. La demanda interna por autos de lujo ha crecido tanto que Mercedes Benz se ha asociado con un grupo chino para montar una planta que a partir de 2006 tendrá capacidad para fabricar unos 25 mil Mercedes por año en China.
Y la gente por las calles parece mejor vestida que en Nueva York o Londres. Gracias a la gigantesca industria de la piratería, por la cual los chinos producen un porcentaje de sus bienes por encima de los pedidos de sus clientes, y luego los venden en China y en el mercado negro internacional por una fracción de su precio, la gente en las calles de Beijing y las otras grandes ciudades parece estar estrenando ropa constantemente, como si el país entero estuviera saliendo de las navidades todas las semanas. Los chinos han cambiado el traje Mao por el Armani pirateado, o alguna de sus versiones locales. Hasta en los barrios de clase media baja y pobres de Beijing, uno ve gente en ropa barata, pero casi siempre nueva. La primera impresión de cualquier visitante en Beijing, sin dudas, es de perplejidad total por la rapidez y el entusiasmo con que un país que hace tan sólo veinte años era conocido por sus hambrunas y su cerrazón al resto del mundo se ha convertido del comunismo al consumismo. Y, como me lo señaló Xu Yiiin, un veterano traductor que había pasado los mejores años de su vida en Cuba traduciendo a Mao al español, la segunda impresión de Beijing a menudo es de aun mayor asombro que la primera: "La gente que vuelve después de cuatro o cinco años no puede creer todos los nuevos edificios y avenidas que se han construido. Aquí, las autoridades municipales deben rehacer los mapas cada seis meses".
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